No, esta no es una de esas historias de chica conoce a chico en el tren y se queda prendidamente hechizada de él y luego se dedica a buscarlo por las redes sociales.
Digamos que es una versión más práctica de esa misma situación.
Ella, coche 5, asiento 4D, ventanilla.
Él, coche 5, asiento 4B, pasillo.
Los dos viajaban solos.
Sólo les separaba un pasillo y dos jovencitas que resultaron ser amigas.
Así que como los dos eran buena gente, dejaron que las amigas se sentaran juntas y ellos acabaron compartiendo un viaje nocturno, en el 4C y 4D del coche 5.
El objetivo de ella era dormir e intentar descansar.
El objetivo de él, ver una peli y quizá echar alguna que otra cabezadita.
Lo único que consiguieron fue dar vueltas y más vueltas en las incómodas butacas de Renfe y cruzar alguna que otra palabra o intento de conversación.
No obstante, era agradable al abrir los ojos y ser consciente de que habías despertado de nuevo, ver a tu compañero de viaje con una sonrisa y también desvelado.
Fueron muchas las paradas que hizo el tren de madrugada… probablemente en todas siguieron el mismo ritual... abrir la cortina para comprobar que todavía les quedaban muchas horas de insomnio compartido.
Aunque su objetivo era el mismo, llegar a Santiago, ambos lo harían por caminos distintos y llegarían con unos días de diferencia, la suficiente, como para no volver a verse.
Ya había amanecido cuando estando próxima su parada, él sugirió intercambiarse los números de teléfono para, al menos, ser compis de camino virtuales e ir compartiendo el día a día… y así lo hicieron… y sólo en ese momento supo cada uno, el nombre de su compañero de viaje.
Sin pretenderlo y sin ser consciente de eso a día de hoy, él se convirtió en un importante apoyo psicológico para ella en este camino.
Hay ocasiones en que el Camino te junta con otras almas y lo disfrutas enormemente, y hay otras ocasiones, como esta, en que pone a prueba tu capacidad de autosuficiencia y de soportarte a ti misma.
No fue malo, no fue negativo, pero tampoco fue como lo había imaginado, fue duro, más duro de lo que a priori podría parecer.
Al llegar al albergue la rutina era ducha y comida (no forzosamente en ese orden) y poner a día al compi virtual de la jornada.
Él se suponía que debía hacer lo mismo, pero eso solo estaba en mi ‘mundo ideal’, así que sólo se cumplía de vez en cuando.
Esa ‘realidad ideal inventada’ por mi, me sirvió para darme de bruces con el pequeño detalle de que, lo que mi imaginación crea, no es necesariamente lo que acabará pasando.
Se asume, se adapta uno y continuamos, no pasa nada.
No podemos exigir a los demás que sean o se comporten como uno necesita o le gustaría en cada momento.
Así que me amoldé a lo que él tenía a bien compartir conmigo y sonreía cuando el móvil sonaba y aparecía su nombre en la pantalla.
Siempre es mejor la adaptación que la frustración de esperar lo que uno cree que merece y patalear cuando no se consigue.
Acabé por no compartir con él todo lo que me hubiese gustado, porque creía que ‘no se lo merecía’… craso error… debería de haber obrado para crear mi mejor versión, pero para eso tengo que saber asumir que el mundo no gira a la velocidad ni en la dirección que a mi me gustaría… así que seguimos trabajando en eso.
Durante todos los kilómetros en solitario tuve mucho tiempo para pensar, elucubrar e intentar sacar diariamente una lección de lo que me había tocado vivir.
En esta ocasión, no se muy bien porqué, ni el motivo, me dio por entrar a sellar en las parroquias de los pueblos que encontraba abiertas.
La parroquia de Puentedeume estaba ocupada por los pasos de la procesión de Semana Santa y por los hombres que, horas más tarde, serían los cofrades embutidos en sus rituales vestimentas.
El párroco me atendió con una sonrisa y me dio una conversación que nadie le había pedido, pero que resultó muy amena y cercana.
Me facilitó indicaciones para localizar, un poco más adelante en el camino, lo que él llamó, la oración del peregrino.
Está junto al hito kilométrico 79,125 y si bien no deja de ser una oración cristiana, si obviamos el tema religioso que la envuelve, es una enorme enseñanza que deberíamos aplicar todos en nuestro día a día.
Una vez finalizados los días de camino, la recompensa es siempre la misma, la inmensa alegría envuelta en añoranza de llegar al punto final, de saber que Santiago está a la vuelta de la esquina y de emocionarte al entrar en la Plaza del Obradoiro, una vez más.
Necesité compartir ese momento con mi compi virtual de camino y así lo hice.
Intenté cerrar un círculo que había iniciado en un tren 5 días atrás y que esperaba que de alguna forma pudiera alargarse algo más en el tiempo.
Él, sin saberlo, fue mi puntal en este camino, hecho que le agradezco en el alma.
Santiago para mi es cariño y abrazos.
Santiago es sentirme en casa.
Santiago es parar, respirar y sonreír.
Aunque sea muy de vez en cuando, cuando puedo disfrutarte, soy feliz junto a ti… cada vez más.
Muchas lecciones de vida, me ha ofrecido esta Semana Santa, más de las que yo esperaba y que me han permitido aprender y seguir creciendo.
Siempre,
Analema
No hay comentarios:
Publicar un comentario