Para cambiar la realidad que te
ha tocado vivir a veces es tan sencillo como subirse a un avión y alejarse de
lo que no acaba de convencerte.
Y es lo que hicimos para dejar
atrás un Kathmandú que no nos enamoró.
Nos dirigimos a Pokhara para
alejarnos del bullicio, del ruido, del ambiente colonial y acercarnos cada vez
más a las montañas, a esas con las que llevábamos soñando desde hacía meses.
Llegamos a Khande en coche desde
Pokhara y fue ese el punto de inicio de nuestro trekking por la cordillera del
Himalaya.
Ahí fue cuando realmente empezó
nuestra aventura, los días previos habían sido de acercamiento y aproximación,
ahora, realmente, empezaba nuestra hazaña personal.
En este tipo de situaciones y máxime cuando las recuerdas con perspectiva, las cifras pierden relevancia y la ganan
los recuerdos y las emociones vividas. Las experiencias del camino, las
imágenes que se te quedarán grabadas a fuego en el alma durante mucho tiempo.
Pero para dejar constancia y
para que nadie pueda echarlo en falta, ahí van esos números…
7 días de travesía.
Casi 100 km’s de ruta.
Desnivel positivo, más de 5.900 metros.
Desnivel negativo, más de 6.500
metros.
Escalones… innumerables,
infinitos, muchísimos, ¡demasiados!
Altura máxima alcanzada, 4.130
metros.
Altura máxima a la que pernoctamos,
3.700 metros.
Altura de inicio de trekking,
1.770 metros.
Altura final del trekking, 1.070
metros.
A partir de ahí, intentar
resumir una semana de ascensión y posterior descenso se hace complicado.
Complicado porque sería
imposible de condensar en unas palabras lo vivido, lo sentido y lo
experimentado.
Intentar transmitir la sensación
que te invade cuando llegas a tu objetivo y estás a unos cuatro mil metros de
la cima del mundo, se hace extraño.
Saber, que si no se te gira la
pelota de nuevo, probablemente sea lo más cerca que vayas a estar de las
estrellas, acojona.
Descubrir que a pesar de todo y
de todos, has podido lograrlo, te hace grande.
Saber que a pesar de los ‘peros’
y los problemas que puedan surgir por el camino, has sido capaz de hacerles
frente y avanzar.
Confirmar que eres capaz de
seguir adaptándote a las situaciones que te marca el día a día, ¡anima!
Asumir que los nepalíes adoran
los escalones cuando tu preferirías un senderito, pues oye, es lo que hay.
Adaptarte a un menú modelo
durante toda la semana y no morir en el intento, ¡tiene mérito!
Aprender de tus propios errores
para no volver a cometerlos, es un plus añadido.
Nada es perfecto, esta aventura
tampoco lo fue, pero dejando de lado lo mejorable, nos quedamos con la
inmensidad de la madre naturaleza, de su poderío, de su altanería, de su
fuerza, de lo insignificantes que podemos llegar a ser si nos comparamos con
quien no debemos, de lo frágiles que somos y la mayoría de las veces se nos
olvida.
Querida cordillera del Himalaya…
te he probado, por decirlo de una forma sugerente, te he lamido, te he notado y
te he sentido.
¿Volveré? No lo se.
¿Quiero volver? Sí, quiero
seguir acariciando tu relieve, pero por recovecos que no parezcan la plaza del pueblo en un día de
mercado. Seguro, segurísimo que tienes caminos, rutas, sendas menos
masificados que los que llevan al ABC. En esta ocasión tenía que ser así, no
pasa nada, fue así y lo disfruté, pero para la próxima, ¿montamos algo
diferente y más íntimo?
¿Sensaciones? Me queda ese sabor
agridulce del que sabe que podría haber sacado mucho más si las cosas hubiesen
sido de otra forma. Eché de menos ese poder conectar a medio camino, ese poder
sentarme y contemplarte sin prisas, sin horarios y sin nadie que dictara los
pasos del grupo. Para ser la primera vez pasa, pero para la próxima, querido
Nepal, las cosas serán diferentes. Espero que sean diferentes.
Siempre,
Analema
Analema
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