03 mayo 2017

Objetivo: ABC - Annapuna Base Camp


Para cambiar la realidad que te ha tocado vivir a veces es tan sencillo como subirse a un avión y alejarse de lo que no acaba de convencerte.

Y es lo que hicimos para dejar atrás un Kathmandú que no nos enamoró.
Nos dirigimos a Pokhara para alejarnos del bullicio, del ruido, del ambiente colonial y acercarnos cada vez más a las montañas, a esas con las que llevábamos soñando desde hacía meses.

Llegamos a Khande en coche desde Pokhara y fue ese el punto de inicio de nuestro trekking por la cordillera del Himalaya.

Ahí fue cuando realmente empezó nuestra aventura, los días previos habían sido de acercamiento y aproximación, ahora, realmente, empezaba nuestra hazaña personal.

En este tipo de situaciones y máxime cuando las recuerdas con perspectiva, las cifras pierden relevancia y la ganan los recuerdos y las emociones vividas. Las experiencias del camino, las imágenes que se te quedarán grabadas a fuego en el alma durante mucho tiempo.

Pero para dejar constancia y para que nadie pueda echarlo en falta, ahí van esos números…

7 días de travesía.
Casi 100 km’s de ruta.
Desnivel  positivo, más de 5.900 metros.
Desnivel negativo, más de 6.500 metros.
Escalones… innumerables, infinitos, muchísimos, ¡demasiados!
Altura máxima alcanzada, 4.130 metros.
Altura máxima a la que pernoctamos, 3.700 metros.
Altura de inicio de trekking, 1.770 metros.
Altura final del trekking, 1.070 metros.

A partir de ahí, intentar resumir una semana de ascensión y posterior descenso se hace complicado.

Complicado porque sería imposible de condensar en unas palabras lo vivido, lo sentido y lo experimentado.

Intentar transmitir la sensación que te invade cuando llegas a tu objetivo y estás a unos cuatro mil metros de la cima del mundo, se hace extraño.

Saber, que si no se te gira la pelota de nuevo, probablemente sea lo más cerca que vayas a estar de las estrellas, acojona.

Descubrir que a pesar de todo y de todos, has podido lograrlo, te hace grande.

Saber que a pesar de los ‘peros’ y los problemas que puedan surgir por el camino, has sido capaz de hacerles frente y avanzar.

Confirmar que eres capaz de seguir adaptándote a las situaciones que te marca el día a día, ¡anima!

Asumir que los nepalíes adoran los escalones cuando tu preferirías un senderito, pues oye, es lo que hay.

Adaptarte a un menú modelo durante toda la semana y no morir en el intento, ¡tiene mérito!

Aprender de tus propios errores para no volver a cometerlos, es un plus añadido.

Nada es perfecto, esta aventura tampoco lo fue, pero dejando de lado lo mejorable, nos quedamos con la inmensidad de la madre naturaleza, de su poderío, de su altanería, de su fuerza, de lo insignificantes que podemos llegar a ser si nos comparamos con quien no debemos, de lo frágiles que somos y la mayoría de las veces se nos olvida.

Querida cordillera del Himalaya… te he probado, por decirlo de una forma sugerente, te he lamido, te he notado y te he sentido.



¿Volveré? No lo se.

¿Quiero volver? Sí, quiero seguir acariciando tu relieve, pero por recovecos que no  parezcan la plaza del pueblo en un día de mercado. Seguro, segurísimo que tienes caminos, rutas, sendas menos masificados que los que llevan al ABC. En esta ocasión tenía que ser así, no pasa nada, fue así y lo disfruté, pero para la próxima, ¿montamos algo diferente y más íntimo?

¿Sensaciones? Me queda ese sabor agridulce del que sabe que podría haber sacado mucho más si las cosas hubiesen sido de otra forma. Eché de menos ese poder conectar a medio camino, ese poder sentarme y contemplarte sin prisas, sin horarios y sin nadie que dictara los pasos del grupo. Para ser la primera vez pasa, pero para la próxima, querido Nepal, las cosas serán diferentes. Espero que sean diferentes.

Siempre, 
Analema


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