Y un día apareció de la nada, que, sin saber porqué, ni con qué motivo, se quedó.
Y se quedó porque tenía que quedarse, su lugar estaba ahí en ese momento.
Y un buen día dejó de ser importante, dejó de significar lo que había significado hasta la fecha.
Y estuvo bien.
Apareció e hizo lo que estaba destinado a hacer.
No todo el que aparece va a quedarse por in saecula saeculorum y ¡está bien!
Siempre está bien.
Todo está bien.
Todos tenemos una misión en la vida de los demás… efímera, de afianzamiento, para hacer ese clic, para despertar, para entender, para siempre…
Y está bien.
El dilema surge, cuando queremos algo distinto de ese alguien que aparece sin avisar.
Cuando el destino dice blanco y tu dices, que narices, ¡morado!
Cuando la cabeza dice adelante y el corazón dice, ¡para!
Cuando lo que deseas y lo que sucede, no coincide.
Entonces es cuando hay que tirar de sabiduría y aceptar, aprender, conformarse con lo que es y no con lo que habríamos querido que fuese.
Disfrutar de lo real y dejar para el mundo de los sueños, los deseos.
Apreciar todo lo bueno que ese alguien nos brinda, toda la enseñanza que esa situación nos aporta, todos los momentos de paz que hemos disfrutado en su compañía y entender que, en ocasiones, es mejor esa realidad paralela pero cierta, que la mejor de las puestas en escena imaginables pero utópica.
Todos los cruces de caminos que tengamos con lugares, sabores, olores, personas… ocurren por algo, todos… sólo hay que entender cual es su papel en el momento en que aparecen y que han venido a aportarnos.
Siempre, siempre hay un motivo, aunque no siempre es obvio.
Aprovecha cada momento, cada encuentro, cada situación, cada oportunidad para exprimirle todo el jugo posible, para que mañana, cuando la marea haya pasado, puedas sonreír mientras repasas tus pensamientos.
Siempre,
Analema
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